El pasado 22 de abril coincidí con Agustí Alcoberro, historiador y dirigente de la ANC, en el programa de TVE 'El debate de La 1'. En un momento de la tertulia, al denunciar la manipulación histórica de convertir la Guerra de Sucesión en Guerra de Secesión, señalé que en algunos ambientes universitarios ya se calificaba la Guerra Civil española como una guerra de España contra Cataluña. La respuesta fue negar enfáticamente veracidad a mis afirmaciones. Incluso algunos conocidos me echaron en cara que había exagerado, por no decir mentido, al hacer esa afirmación. Este verano, el eurodiputado Ramon Tremosa no se ha andado por las ramas y ha dicho que la Guerra Civil “fue y es una guerra contra Cataluña”.

La pregunta es si debemos permitir, impasibles, que todo siga igual, a la espera de que algún día la ingeniería social nacionalista haya alcanzado sus objetivos

Valga el ejemplo como una muestra, entre muchas, de la obsesión de los nacionalistas por reescribir la historia a su gusto. Reescribir la historia exige el control de la escuela y su conversión en centros de adoctrinamiento y de creación de “conciencia nacional”. Es este un objetivo que nadie parece discutir a los nacionalistas que utilizan la enseñanza como centro de formación de “nacionales” utilizando, además de la historia y la geografía, la lengua como forma de cohesión y de acelerar el proceso de ingeniería social que busca homogeneizar la población catalana bajo las pautas nacionalistas. El control del sistema de comunicación es el otro elemento imprescindible para la creación de la identidad nacional. Nada que no hayan hecho otros nacionalismos.

No hay nada tan previsible y repetitivo como el modus operandi del nacionalismo. Lo sorprendente es la permisividad y pasividad del Estado ante esta situación.

Por eso me ha parecido relevante el “paquete catalán” que ha presentado Ciudadanos como condiciones para dar el sí a la investidura de Rajoy. En especial algo que parece tan elemental como exigir que se cumplan las sentencias o que en la escuela se tienda al trilingüismo. Es este un punto nuclear de la estrategia independentista y sus compañeros de viaje. Por eso es también un punto irrenunciable del Estado, pero sobre todo de los catalanes que no queremos educar a nuestros hijos en un monolingüismo castrador y negado de oportunidades. Es un derecho irrenunciable de los que tienen el castellano como lengua materna pero también para quienes, como yo, tenemos el catalán como lengua materna y denunciamos su marginación y persecución por el franquismo, pero no queremos a nuestros hijos privados de una lengua que también es nuestra y que permite ensanchar las oportunidades laborales y vitales de nuestros hijos. Por eso me permito invitarles al acto que SCC organiza el día 8 de septiembre en el paraninfo de la Universidad de Barcelona en defensa del bilingüismo y que contará, entre otros, con la presencia de Eduardo Mendoza.

Es muy significativo que ni en las encuestas del CEO ni en las del CIS se pregunte nunca sobre las preferencias de los catalanes en relación con la lengua en la escuela. La única encuesta que conozco, encargada por SCC a una empresa independiente, dio un resultado abrumador: en torno al 70% preferían una escuela bilingüe o trilingue a una escuela monolingüe (tres horas de castellano como idioma “extranjero” es una burla a los derechos humanos más elementales).

El tema de la utilización de la escuela como vehículo de “formación nacional” es trascendental para el presente y el futuro. Uno de los problemas del nacionalismo catalán es la falta de homogeneidad de los ciudadanos de Cataluña. El uso intensivo de la escuela para estos fines espurios es nuclear en la estrategia nacionalista y debe ser combatido con determinación. Quizás el mayor error de la conversión del nacionalismo en separatismo es que se han querido quemar etapas sin que el trabajo de homogeneización social diseñado por el pujolismo haya dado todos sus frutos. La pregunta es si debemos permitir, impasibles, que todo siga igual, a la espera de que algún día la ingeniería social nacionalista haya alcanzado sus objetivos. Por eso es trascendente la propuesta de Ciudadanos. Al nacionalismo no se le vence con cesiones y paños calientes. Hay que combatirlo democráticamente pero sin complejos. Y trabajar por una escuela neutral --que no eduque en la tergiversación de la historia y no permita transformar la Guerra Civil en una guerra contra Cataluña-- y trilingüe --para hacer de nuestros hijos ciudadanos competitivos en un mundo global--, además de ser un derecho de los castellanoparlantes, es un objetivo absolutamente prioritario.