Ese exhibicionismo narcisista destruye la supuesta intimidad del posado. Hay un halo de manifiesta superioridad moral, como del cazador que se fotografía sobre la pieza abatida rifle en mano. El presidente queda “muerto” entre el ser y el (saber) estar a manos de su Diana. También la composición podría incluirse en el género de las naturalezas muertas, un bodegón con botellas de alcohol sobre la mesa y guitarra.  El glamur de la escena se difumina entre esas bermudas estilosas y los rubios teñidos de baratillo, entre el fracaso estrepitoso de las operaciones bikini y Laporta con la mano colocada en la entrepierna, muerta sobre la abotonadura de la calza corta, marcada la curva de la felicidad.

Esa postal de verano es una radiografía precisa de la Cataluña actual, de la que se tapa el frontis escondiéndose tras la bandera, la del comisario de policía disfrazado con una camisa hawaiana, la anfitriona protegida tras esa carpa de circo con motivos multiculturales que luce en la instantánea. Mientras otra comensal hace el signo de la victoria con los dedos, sonrisa en ristre como el anuncio de un dentífrico mientras con la otra mano sostiene un teléfono móvil como si fuera un tercer brazo. ¿Acaso espera la llamada de la Casa Blanca? Ponen cara de haber brindado por la República Catalana.  

Entre sol y sombra se percibe el aroma inconfundible de la sudoración estival entre los efluvios de la ingesta y la digestión laboriosa de la siempre pesada paella como un perfume Chanel n. 5 embriagador. En el centro de la imagen el corte de pelo yace desbaratado sobre la testa del presidente de Cataluña, la camisa por fuera de los pantalones, agarrado al mástil de la bandera como si fuera el pasamano de una escalera ¿Acaso tiene miedo a caerse?  

El escándalo yace ahí en la supuesta naturalidad, en ese lado humano que se nos quiere enseñar, en definitiva, en esa mentira que se nos quiere colar. Hay algo de pornográfico, de falta de pudor. Ese grupo de supuestos amigos, donde promiscuamente se mezclan presuntos periodistas con políticos tiene una reverberación de arqueología sentimental que quiere eludir la presencia de las arrugas, entre una felicidad impostada, traída exprofeso para la ocasión. Nos enseñan lo felices que son, nos lo enseñan todo por la sencilla razón de que no vale nada.